El papá
de Joseph regresó a Londres como siempre y Joseph se agitó nervioso por toda la
casa hasta que su mamá lo tranquilizó. Eventualmente, se encontró de nuevo en
el prado, de pie enfrente del árbol. El deseo de trepar el árbol le llegó de
repente, sin ningún pensamiento previo sobre el asunto, pero tan pronto como
sucedió, el impulso fue irresistible. Mientras sido tallado toscamente en la corteza, aunque
debió haber sido muchos años atrás, pues el árbol se había curado alrededor de
la herida que formaban las palabras de tal forma que eran como viejas cicatrices
sobre su pellejo de elefante. Este descubrimiento, aunque interesante, no
detuvo por mucho tiempo a Joseph.
Evidentemente no iba dirigido a él, pues tanto quien lo escribió como el
supuesto lector debían llevar mucho tiempo muertos. Pero Joseph no acababa de
agarrar la primera rama cuando una voz a su espalda lo hizo saltar. —Yo no
haría eso si fuera tú —era el viejo Sr. Farlow—. Presta atención a lo que está
escrito ahí. —¿Qué? —preguntó Joseph. —Sé que lo leíste, muchacho —dijo—. Te
vi. Haz caso. —No tengo miedo —contestó Joseph—. He trepado muchos árboles.
—Este no. Sabes lo que dicen sobre los olmos, ¿cierto, joven? —dijo el viejo
con una desagradable sonrisa—. «Los olmos odian a los hombres y esperan» ¡Así
que aléjate! Joseph se dio la vuelta y regresó pisando fuerte hasta la casa, de
mal humor durante varias horas, rehusando darle a su mamá cualquier pista sobre
qué era lo que lo tenía molesto.
El jueves siguiente su mamá había invitado algunas amigas
de su clase de acuarela a tomar café, y Joseph tuvo que saludarlas a todas y
sonreír y dejarse mimar antes de poder escapar. El día estaba oscuro y nublado,
pero las plumosas nubes grises estaban altas y no traerían lluvia. Joseph era
la única cosa que se movía mientras atravesaba con paso decidido el prado
abierto en dirección al árbol. Joseph pasó al borde del agujero sin mirar
dentro y empezó a trepar. Eran apenas las once de la mañana. Tenía tiempo de
sobra. Fue entonces cuando divisó la marca escrita. Justo ahí, grabadas sobre
el tronco del árbol, donde brotaba la rama en la que estaba sentado, estaban
las palabras «NO TREPAR». Habían sido grabadas en la corteza exactamente igual
que las que
aparecían en la base del árbol. Pero estas parecían recién
hechas. Joseph las miró con atención y, al sentir de repente que estaba siendo
observado, miró a su alrededor, a través del prado. No había nadie por ningún
lado.
Joseph palpó las letras con los dedos. Fuera lo que fuera
que usó era en realidad afilado, pues las marcas eran profundas y la madera era
tan dura como la piedra. Joseph descubrió que si podía acurrucarse en la rama
sobre la que estaba sentado, quizás podía alcanzar otra rama que lo sostendría
lo suficiente para ponerse de pie y continuar con la trepada. Se trataba de una
maniobra insegura y, de resbalarse, lo menos que podía esperar de la resultante
caída era un brazo roto. Pero Joseph consiguió acomodarse fácilmente sobre la
rama y, bastante seguro, pudo alcanzar y agarrar una rama más pequeña arriba y
llegar a una posición de pie sin correr peligro. Desde ese punto la ruta pareció
de pronto bastante sencilla y Joseph trepó con una especie de naturalidad
simiesca,
meciéndose de rama en rama sin apenas hacer una pausa para
ver dónde estaría su siguiente punto de apoyo. En casi nada de tiempo había
llegado arriba para sentarse a horcajadas en el último conjunto de ramas que
formaban una especie de cesta o de nido de cuervo arriba en la cima del árbol.
Joseph soltó un grito triunfal y pasó la mirada por el paisaje, a través del
prado hacia el techo de tejas de su casa, que ahora lo veía abajo.
Entonces una bandada
de cuervos graznaron cerca y Joseph se sintió fascinado de encontrarse casi al
mismo nivel suyo. Mientras pasaban, Joseph levantó los ojos y vio algo que no
había descubierto antes. Encima de su cabeza el árbol expiraba, terminando en
un pedazo de tronco mellado, como si alguna vez antes hubiera sido más alto, y
en esta parte extrema del
árbol, clavados en la corteza, había docenas y docenas de pequeños objetos de
metal. Joseph se levantó, la curiosidad sobreponiéndose a cualquier temor que
hubiera podido sentir a esta tremenda altura. Observaba con admiración el
tesoro escondido frente a sus ojos. Había cruces de plata y de oro clavadas en
la corteza, brazaletes deformados como consecuencia del esfuerzo por meterlos
entre el tronco, monedas, anillos y pendientes de collares, broches y hebillas.
Incluso Joseph pudo ver que muchos de estos objetos, si no la mayoría, eran de
gran antigüedad y quizás bastante valiosos, Joseph pensó haber oído un ruido en
la base del árbol y se detuvo. Había tantas ramas entre él y el suelo que no
podía ver nada más que pequeños trozos de hierba surgiendo por los huecos entre
las hojas ,si él no podía verlos, ellos tampoco podrían verlo a él. Esta vez no
podía haber duda. Joseph escuchó con claridad un gemido bajo, como si un tipo
de animal se encontrara en la base del árbol, pero ningún tipo de animal que
pudiera reconocer, a menos que podría
tratarse de Jess; que se encontraba quizás muy malherida y gemía por el
esfuerzo de arrastrarse de vuelta. —¡Jess! —llamó—. ¿Eres tú, muchacha? Pero no
era Jess. Lo que fuera que estaba haciendo el ruido ya no se encontraba al pie
del árbol, sino que había empezado a trepar. Pudo escuchar el ruido de algo
golpeando contra la corteza y arrastrándose hacia arriba. Vio con nerviosismo
creciente que las ramas debajo de él se sacudían a medida que se acercaba lo
que fuera esa cosa. Joseph no pudo identificar ningún rasgo en la sombra oscura
que trepaba cada vez más rápido hacia él, a excepción de las inmensas garras
curvadas que usaba para aferrarse a la corteza.El grito que soltó Joseph cruzó
el despejado prado y atravesó el muro del jardín y la pared de la casa y
quebrantó la pacífica charla del café matutino de su madre. Su madre echó a
correr instintivamente hacia el prado, con sus amigas detrás. Encontraron el
cuerpo de Joseph al pie del árbol totalmente desgarrado y en sangrado, La madre
llena de tristeza se arrodilla y se da cuenta de que el cuerpo se empezó a
deshacer se hizo polvo la madre decide tomar lo que quedo de su hijo en polvo
lo puso en un frasco y lo esparció por todo el prado
Final triste :( Acordate de escribir tu nombre
ResponderEliminarre triste zi
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